Neurodiversidad en el aula: ¿están preparadas las escuelas chilenas para enseñar a estudiantes con TDAH y autismo?

En las aulas chilenas de hoy, conviven estudiantes que aprenden de formas muy distintas. Algunos leen mejor en silencio, otros necesitan moverse para concentrarse. Hay quienes requieren instrucciones claras, mientras otros se guían por intuición. Dentro de esta diversidad natural, existen también niñas, niños y adolescentes que viven con condiciones neurológicas como el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) o el Trastorno del Espectro Autista (TEA). La pregunta clave no es si están en nuestras aulas, porque lo están. La pregunta real es: ¿las escuelas están listas para enseñarles como merecen?
¿Qué entendemos por neurodiversidad?
La palabra puede sonar técnica, pero su significado es profundamente humano. Neurodiversidad alude a la idea de que no hay un único modo “normal” de procesar la información, comunicarse, o adaptarse al entorno. Personas con TDAH, TEA, dislexia o Tourette, por ejemplo, no están “falladas”. Simplemente funcionan distinto.
Este enfoque ha ganado fuerza en las últimas décadas, en parte gracias al trabajo de comunidades de personas autistas que se cansaron de ser tratadas como pacientes a los que hay que “corregir”. No se trata de negar los desafíos que enfrentan, sino de reconocer sus capacidades, preferencias y estilos únicos.
Un aula hecha para un solo tipo de estudiante
El sistema educativo chileno, como en muchos otros países, fue diseñado pensando en un estudiante promedio que escucha, copia del pizarrón, responde preguntas orales sin interrupciones y rinde bien bajo presión. Quienes no encajan en ese molde suelen ser etiquetados como “problemáticos”, “desordenados” o “flojos”.
Esto ocurre con frecuencia en el caso del TDAH. A pesar de que es uno de los diagnósticos más comunes entre escolares —con prevalencias estimadas entre el 5% y el 7% de la población infantojuvenil en Chile, según cifras del Ministerio de Salud—, sigue siendo malentendido por muchos docentes. Algunos lo confunden con simple falta de disciplina. Otros, pese a sus buenas intenciones, no saben cómo manejarlo sin terminar castigando al estudiante o bajándole la autoestima.
En el caso del TEA, las brechas también son profundas. Un informe de 2022 de la Agencia de la Calidad de la Educación reveló que, si bien ha aumentado la matrícula de estudiantes con diagnóstico dentro del espectro autista, la mayoría asiste a escuelas especiales o a programas de integración escolar (PIE). ¿Qué dice eso sobre la inclusión real en el sistema regular?
La integración no es lo mismo que la inclusión
Muchas escuelas afirman ser “inclusivas” simplemente porque tienen un Programa de Integración Escolar. Pero tener recursos no garantiza una cultura de inclusión. Hay colegios que contratan un par de especialistas para cumplir con la normativa, pero que siguen organizando clases como si todos aprendieran igual. La inclusión no es un protocolo: es una convicción.
Y aquí entra en juego un punto delicado. No basta con incluir a un estudiante neurodivergente si el aula sigue exigiendo que se comporte como si no lo fuera. La inclusión exige adaptarse, no solo exigir adaptación. Significa modificar el ritmo, el tipo de actividades, el entorno físico, las evaluaciones y, sobre todo, la mirada del docente.
¿Cómo debería prepararse una escuela?
Partamos por lo básico: formación docente continua y especializada. No basta con una mención genérica en alguna asignatura de pedagogía. La neurodiversidad requiere herramientas concretas. Saber cómo aplicar apoyos visuales, cómo diseñar rúbricas flexibles, cómo manejar una crisis sensorial o cómo modular la comunicación para no saturar a un estudiante son habilidades que no nacen por intuición.
La Superintendencia de Educación ha reforzado en los últimos años la fiscalización de prácticas inclusivas en establecimientos escolares. Sin embargo, muchas veces los docentes no tienen los medios para actuar de forma efectiva. En 2023, un estudio de la Pontificia Universidad Católica de Chile reveló que más del 60% de los profesores que trabajan con estudiantes con autismo siente que no cuenta con los conocimientos suficientes para brindar un apoyo adecuado.
Otro punto clave: ajustes razonables. No se trata de hacer “favores” ni de dar “ventajas”. Se trata de aplicar lo que la ley garantiza. Según la Ley 20.422 sobre igualdad de oportunidades e inclusión social de personas con discapacidad, todos los establecimientos deben adoptar medidas que aseguren la participación plena y efectiva de estudiantes con discapacidad, incluyendo la neurodiversidad.
Desafíos comunes | Recomendaciones prácticas |
---|---|
Hiperactividad en clases | Permitir pausas activas breves, uso de pelotas de goma para sentarse o fidgets regulados. |
Dificultad en comprensión oral | Usar apoyos visuales, pictogramas y lenguaje claro. |
Sensibilidad sensorial | Ajustar la iluminación, evitar ruidos intensos y permitir el uso de audífonos. |
Impulsividad o interrupciones | Aplicar normas visuales claras y reforzar con apoyo positivo, no castigos. |
Evaluaciones tradicionales | Ofrecer más tiempo, evaluar oralmente o con apoyos gráficos según necesidad. |
La brecha entre política y práctica
Chile tiene leyes que respaldan la educación inclusiva. Pero la realidad es otra cosa. Una profesora básica de colegio público en Rancagua me contaba hace poco: "Tengo tres niños con diagnóstico en mi sala, pero no tengo ayudante diferencial y tengo 36 alumnos. Hago lo que puedo, pero me siento sobrepasada". Su caso no es la excepción.
Los PIE han permitido avances importantes, pero también cargan con críticas. Algunos colegios los usan como excusa para segregar a estudiantes dentro de sus propias salas. Otros dependen tanto del financiamiento asociado al diagnóstico que presionan a las familias para obtener uno, sin considerar si es lo mejor para el niño.
Y luego está la desigualdad territorial. En zonas urbanas de la Región Metropolitana es más probable encontrar escuelas con profesionales especializados. Pero en comunas rurales, muchas veces el diagnóstico ni siquiera llega, y menos aún el apoyo.
Lo que los estudiantes neurodivergentes nos están enseñando
Escuchar a niños y niñas con autismo o TDAH cambia la perspectiva. Una adolescente con TEA verbalizó una vez: "No quiero que me enseñen diferente, solo quiero que me pregunten cómo aprendo yo". Esa frase dice mucho más que cualquier decreto ministerial.
Porque en el fondo, la neurodiversidad no es solo un reto para el sistema educativo. Es una oportunidad para pensar en nuevas formas de aprender. ¿Por qué seguimos evaluando a todos con la misma prueba escrita? ¿Por qué insistimos en 45 minutos de silencio cuando hay estudiantes que aprenden moviéndose? ¿Qué pasaría si diseñáramos aulas pensando desde la diferencia, no desde la norma?
¿Qué se está haciendo desde el Estado?
En los últimos años, el Ministerio de Educación ha publicado varias orientaciones para el trabajo con estudiantes neurodivergentes. Destacan los documentos sobre inclusión educativa, ajustes curriculares y adecuaciones evaluativas. Aun así, su implementación depende del liderazgo de cada comunidad escolar.
Desde 2023, se ha comenzado a discutir la creación de un marco nacional de buenas prácticas inclusivas, que busca establecer criterios comunes para el trabajo con estudiantes neurodiversos, incluyendo capacitaciones obligatorias para docentes y directivos. Este tipo de políticas aún están en proceso, y su impacto dependerá de cuán comprometidas estén las autoridades locales y los equipos directivos.
No se trata de caridad, se trata de justicia
Pensar en inclusión como “ayudar a los que tienen dificultades” parte desde una lógica equivocada. No son “ellos” los que tienen que encajar. Es la escuela la que debe transformarse para dejar de excluir. Y esto, aunque parezca radical, beneficia a todos.
Muchos de los apoyos pensados para estudiantes con TDAH o TEA —como instrucciones visuales, horarios predecibles o espacios tranquilos— también mejoran la experiencia de aprendizaje de estudiantes sin diagnóstico. Una aula inclusiva no es solo más justa. Es también más humana.
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